Te regalo mi alma, véndela,
prostitúyela, haz con ella cuanto ansíes
sin miedo a los naufragios,
esculpe sobre ella cien mil huidas,
colúmpiate como si no existieran bordes,
derrama en la quietud de sus silencios
los cimientos de un verso
y llora cuanto yo no fui capaz de llorar.
Yo ya no la necesito, desde aquel suicidio
que me quebró los párpados no tengo secretos,
ni espacios, ni tan siquiera una miserable llave
tras la que ocultar los péndulos,
la noche es una sombra inmensa bajo mi piel
y el corazón una ventisca
en la pacífica soledad de mis otoños.
Por ello te la entrego, porque existe sin ser,
porque araña y duelen sus embistes,
porque gime al contraerse cada día
y me hieren sus quereres vírgenes
en esta mía jubilación del deseo.
Cuídala, acaricia cada uno de sus abismos
y no temas romperla por amar sin red,
por hablar con los ojos
o dejarla al descubierto en cada beso.
Yo seré feliz trasportando mis vacíos
y sabiéndola libre, viva,
aunque la risa se congele mucho antes
de llegar a mis labios.
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