El día está despuntando, como una mariposa
que alza el vuelo desde el presidio,
con las retinas como lienzos impolutos
y las huellas vírgenes.
La noche queda atrás como un mal sueño
donde todo es ajeno y duele tanto,
donde el oído no existe y es silencio
el mar que todo lo baña y lo enmudece.
Es curioso despertar, sin dormir acaso,
y mirar con los ojos del espejo
que escondiera horas atrás nuestra pobreza,
sentir la luz como caricia en el cabello
y las amapolas bailándote en los labios.
Sin embargo, y a pesar de este disfraz
que hace de mí una copia aséptica de mí misma,
ha salido el sol y entre los dedos aún me caben
tus crepúsculos, todavía los almendros
no han aprendido a vestir de gris y las luciérnagas
siguen negándose a ejercer de albañiles
de arco iris.
Ha amanecido y aún te quiero, como una estatua
sigue amando los destiempos de los parques,
con la insensatez de un loco vestido de uniforme
proclamándose dios sobre un blindado
o una estrella con carmín al mediodía.
El mundo es otro y viste de blanco
pero yo, qué puedo decirte, llega el alba
y voy dejando rastros de alquitrán
sobre la hierba.
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