En el envés de un beso la noche,
la mirada proscrita
en el vértice de una estrella en los huesos.
Palabras que no cesan de suicidarse
entre la arena de un reloj sin tiempo,
silencio, más silencio
y una brújula disléxica en los párpados
con que soñar la vida.
Allí donde los muertos se visten de arrecifes
y las olas columpian los desvelos,
donde los juncos son barrotes
de una cárcel a medias
y los grilletes guían la sombra del cautivo.
Es allí, en el envés de ese beso que nunca nos dimos,
donde bebo cada insomnio
el sabor de tus labios.
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