Mire donde mire hay un cristal roto,
un
quiero ser sin techo,
una
lámpara
que
dejó de alumbrar pasos hace mucho,
una
radio en silencio.
En los
dos lados del mundo es madrugada,
no hay
nadie despierto
a quien
preguntar la próxima estación,
no se
mueve la luna ni los árboles
regalan
a esta hora ese murmullo
que
sólo escuchan las almas
a punto
de partirse.
Las líneas
de mis manos se han tomado un descanso
y el
destino no existe,
sólo
una cicatriz en otra que endurece la carne,
un
llanto sobre otro delimitando un puerto,
una
esquina infinita donde sorprenderse.
El
dolor no sabe desplazarse en círculos
ni
seguir el rastro,
es un
beso de amante que recuerdas a medias,
un
resplandor intenso
que se
te antoja sol por un momento
y se va
muy despacio,
gota a
gota.
Mire
donde mire hay un reloj sin tiempo
buscándose
las huellas,
una
cometa herida,
un
epitafio,
un dedo
que te apunta y que se ríe
de
todas tus montañas.
Podría
helarme en un espejo o escribir
y en
cada sílaba hueca resguardar el soplo
donde
volar el alba,
secarme
las lágrimas y construir en su sal
enredaderas
con que
amarrar el cielo cuando escampe.
Porque
mire donde mire
hay una
piedra donde tropezarse
o acaso
lanzar
hasta
hacerla destello sobre el agua.
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