Tal vez
no era yo quien esperabas
y en mi
piel vinieran tatuados
todos
los inviernos,
quizás
las insignias me resbalaran de orgullo
y las
manos se me quedaran tan pequeñas
que
sólo supiera tocarte con un verso.
No era
yo quien buscabas
ni este
arcón polvoriento el armario
donde
elegir auroras,
no mi
mirar en barbecho
ni esa
pasión a la que, desde niña,
puse
trampas con queso en cada pálpito.
Un
instante antes
los
geranios apostaban color en el alféizar
para
nacer despacio,
los
cuentos tenían final de cuento
y las
mañanas se desnudaban unísonas
a la
espera de todos los aromas.
Pero la
puerta se abrió y estaba yo,
con un
dedal y una chistera,
con un
castillo de mármol bajo nieve
y un
paraguas pintado
sobre
una servilleta del café de las cinco.
No era
yo la princesa
ni en
mi mapa al revés
existieron
jamás las coordenadas.
No era
yo, pero hoy, aquí, contigo,
sobre
esta paralela de escenarios inexpertos,
el
tango suena de otra forma.
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