Con las alas por delante para no ver el rumbo,
para no herir al
ángel al que no te pareces,
sobrevuelas la ausencia, el subsuelo de un
grito,
el futuro imperfecto de un copo de nieve
en la solapa.
Buscas el regocijo allí donde los barcos zarpan,
la caricia de los
pájaros,
la palabra de un loco revoloteando
en la fugaz conciencia de
las mariposas
y no hallas sino espaldas, cargadas,
ciñéndose
estrechamente a tus ojos.
Descorchas la botella, tomas un lápiz
y la
vida se escapa a tus antojos,
como un niño que rehúye la merienda
para
jugar con las olas,
como la llama de una vela al albor de un beso.
No es esa cicatriz para ti, ni para nadie,
no el recuerdo que
quisieras dejar
en el fondo de algún brindis,
tú querías ser sinalefa,
pegamento,
y las piezas del puzzle
se redondean en la invisibilidad de
tus manos.
Y no puedes sino cerrar los ojos y soñar,
abrirlos y
soñar
con ese oasis de luz en tus desvelos,
con esa línea recta que una
vez perdiste
y te hizo sentir el gusto a sangre en la mirada.
Y ser
tú,
aunque el mundo no esté hecho para ti.
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