Al otro lado del espejo,
con esa opacidad que desdibuja el rumbo
y sonrisa de hermana,
blandiendo un diapasón y un gladiolo en los huesos,
provees, ignorante, del silencio al silencio
con tu uniforme de pánico
y una maleta con lo imprevisible.
Me observas cada aurora
disimulando el tiempo bajo la escarcha,
ensayando sonrisas por si acaso
y dedicando estribillos a las primaveras ocultas
bajo el limón tembloroso de un papel de hielo.
Allí aguardas tu turno
sin importarte el carmín ni la mirada
que deletrean mis triunfos,
sin procurar que el amor, o el desencuentro,
hayan desvirgado, alguna vez, mi ausencia.
Allí esperas cauta, invertebrada,
con tu anzuelo de azar adolescente,
el despiste del verbo,
la caricia soez del declive
con que amamantar los sauces.
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