Sin pensar, casi sin querer,
renombrar el abismo.
Dejar correr al lápiz, consentirle
explorar nuevas cicatrices,
sumergirse
en mil playas de abandono,
de encuentros sin vuelta,
llorar lágrimas en fila mientras la tinta
se va regenerando con la sangre ausente.
Esparcir los estigmas en la nieve
de un papel de invierno,
vísceras,
enjambres de silencios embalsamados
y horizontes de piedra,
hasta que los ojos encuentren
la bisectriz del sueño
y empiece la cuenta atrás de las esperas.
Casi sin querer, como un parpadeo
en que el tiempo es nadie,
las palabras van haciendo de ti
ese murmullo que precede a la lluvia.
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