Aquí te espero
con un vaso medio lleno y un racimo
de lluvia en la solapa,
con un latido roto como música de fondo
y el alma
rodeada de arbotantes con que sobrevivir.
Te aguardo
en el epicentro de un fotograma velado,
en las albuferas del tiempo,
en la estela de un otoño cuadrado
y el mercurio
de esta noche enfermiza.
Desde siempre te espero, desde mucho antes
que los gorriones
dibujaran en sus alas los destinos del mundo,
desde aquel primer diluvio de estrellas inexactas
y el instante anterior al primer rezo.
Desde siempre
guardo en mi corazón
el calor insensato de un abrazo extranjero
y el fatuo sonido de unos pasos sin nombre,
y por eso te espero
para entreabrirme el pecho y respirar,
de una vez,
el aroma amarillo de los libros antiguos.
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