Hacer algo digno,
escribir el poema más hermoso,
plantar un árbol del color de un recuerdo,
perenne en sonrisas, esbelto y altísimo
como un horizonte a ras de un dedo,
dibujar una estrella en un papel
y, al recortarla, cegar
con su brillo a los incrédulos,
a ésos que van pisando fuerte por el barro
Inventar una aurora diferente
con la piel de una lágrima,
deducirle a la muerte los impuestos
por la vida proscrita, construirle
un cuarto con vistas a la noche
o extraer de un sollozo
la melodía más tierna imaginada.
Hacer algo que no sea
reinventarse los pasos abducidos
por la rutina de los caminos rotos,
que no sepa a tiempo contrahecho,
a primavera vieja,
que no suene a campana de domingo
y esconda en su badajo
un lunes despechado.
Hacer de esta hora un ciclón despiadado
que resople en los mares venideros
y guarde, en sus alforjas, olor a sal
y a caracolas,
que colapse la duda, la desidia
del que busca la razón de su ser,
de su cordura,
y perdure por siempre entre la brisa.
Hacer algo útil, infinito,
que le infunda sentido a esta tristeza cíclica
de saberse viento.
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