Ahí estáis,
con los alientos
dibujando avenidas huecas,
entrelazando palabras
del amor de otros
y suspirando por
segundos ingobernables.
Casi podría
deciros que me dais pena,
con esos cuerpos
de plástico y el alma
en niveles
mínimos de batería.
Yo no quiero ese
amor, yo sueño
con otras cosas
mucho menos perfectas,
tullidas,
inexactas,
suspiro por el
canto intermitente de una cigarra pálida,
por un mapa de
gestos y los arrabales
de un bolero
entrañable.
Yo no quiero un
querer con gabardinas
ni un cuento que
guardar bajo la almohada,
no deseo
enfrentarme a mis penumbras
con una cerilla
húmeda
y el embrión de
un cilicio entre los muslos.
Solamente ansío,
si no es mucho
pedir,
un beso y un
contrato de espuma,
sólo una paz sin
contratos
y un estuario en
el que naufragar
las miradas
agridulces.
Lo demás no
importa, las modas pasan
y el alrededor
es un sueño gobernado
por un chasquido
de párpados,
los hombres
pueden llegar a
ser tan grises como azules
y las voces la
última bandera a conquistar.
Yo anhelo un
amor de los callados,
de aquéllos
que no llevan
las angustias empolvadas
ni huelen a
antiguo
y, sin embargo,
sobreviven a los
embistes del tiempo,
uno de tantos
que han sabido vivirse
con la humildad
de un pedazo de pan y queso,
de los que
agotan las entradas por la incertidumbre
y, al acabar,
en mitad de un
silencio de horas,
todavía
subsisten a los encomios.
Soy así de
simple,
así de ilusa,
no quiero
grandes trampas ni grandes escenarios,
sólo una piel
sin vuelta
y un globo donde
esculpir el mundo.
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