Te marchas
y los pájaros ya carcomen la estatua
en la que me has convertido,
el mundo escupe en mis zapatos
y las plazas, solitarias, silban
ausencias
Has volado, como un quejido inaudible
o un sollozo de almohada,
y has dejado tras tus pasos
huellas de espanto y muchedumbre,
te has llevado mi equipaje y el billete
de vuelta a la vida,
el revuelo de mi alma y el sol
amordazado en la guantera.
Y ahora, como un mendigo apátrida,
no me queda más que buscar guarida
en los balcones,
en los portales con olor a despedida
o las estaciones sepias
y contemplar el vaivén de las esperas.
De "Abrazos proscritos", premio Fray Serafín de Ausejo 2010
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