El
silencio sangra en la noche asustada,
temerosa
de su faz, esquirla
de la
aurora promiscua que atenaza sus pasos,
un
mutismo quebrado donde pacen las voces
Juego
con mis dedos, en círculos,
sin
permitir su roce, contando
los
huesos de diamante del insomnio,
apretando
los dientes,
aguardando
un
chispazo que nunca llega a producirse,
una
vida traspuesta, amueblada y caliente
donde
desmembrar el frío.
A veces
también lloro
e
imagino mis lágrimas sembrando un epitafio
de
amapolas dormidas,
me
muero un instante y, de corrido,
escribo
un poema sobre la eternidad del viento
que
golpee mi cara
y se
olvide en la mitad de la sonrisa.
Y me
despierto, y vuelo
allí
donde se pierde el rastro de las nubes,
y me
duermo y soy
como
nunca fui en consciencia ni futuro,
con las
alas ingenuas
y un
corazón secante a sus aurículas,
latiendo
sin cercos,
sin esa
espuma que atrapa los naufragios
y
eyacula sus islas
en el
mismo dolor.
El
silencio agoniza
y yo no
sé morirme con el ruido
de las
calles vacías.
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