Solo podré quererte cuando la noche asome,
cuando la rutina se beba nuestras alas
y las acuarelas dejen, por un instante,
de reinventarse a sí mismas.
Cuando los trajes colgados
empiecen a desprender silencios putrefactos
y las banderas intercambien sus escudos,
cuando la cama se reduzca a un monasterio
con salones inmensos
y se recoja en diez tomos de una enciclopedia
la lentitud de una lágrima.
Cuando el mundo deje de ser mundo
solo podré quererte, engendraré
segundos nuevos con las heridas de un granizo
para poder besarte,
levantaré ciudades con tu voz
allí donde las epidemias de olvido hayan acabado
con la última ceniza
y esperaré con un pétalo en los dedos
la vuelta de todos los trenes.
Solo podré quererte
aunque tú entonces hayas dejado de hacerlo
y estés tan lejos
que la lluvia no huela de la misma forma.
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