Me miras,
apuntalas mi rostro en tus pupilas
y te giras
de nuevo hacia el balcón,
me sabes
tuya y vuelas
con esas
voces otras que no te dicen nada
hasta
escuchar mis pasos
y venirme
con los ojos inquietos
y el
corazón de punta.
Sólo
quieres la mano, la sonrisa,
ese tono distinto
que te enciende por dentro,
la caricia
promiscua y casi autómata
para
entender la vida,
sólo un
gesto te basta para cuajar el mundo.
Tal vez me estés
amando como nadie lo hizo,
tal vez
nada fue
más sincero en mis oídos
que tu
idioma imperfecto,
tal vez yo
no sepa decirte que te quiero de veras
sin parecer
extrema, idiota,
o tangente
a esos otros que dicen que me adoran
porque lo
nombran tanto.
Por eso te
escribo hoy,
por tu afán
incansable en descubrirme
con el alma
en los ojos,
por tu
sueño tranquilo
y esa paz
que te olvidas en mis manos
cuando la
incertidumbre acecha,
por la
bondad infinita que rebosas.
Son muchos
los años, muchos los estantes
donde
cubrir de polvo los recuerdos,
mucho el
tiempo después para olvidarnos,
por eso
déjame conservarte aquí, ahora,
en estas
letras que conjugan los locos
a punto de
dormirse,
y decirte
que sí, que te quiero,
con el
sosiego con que aguardan
los campos
a la lluvia.