Es triste escuchar la lluvia
con sed
de domingo transnochado y no mojarse,
soñar
con ese
tiempo en sepia bajo la vez primera
y no
encontrar en su péndulo el temblor exacto
de aquellos
labios vírgenes,
abrir
las manos y perder un océano
mientras
los pájaros sobrevuelan esa orilla
a punto
de decirse.